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Tiempo libre, hombres y corresponsabilidad

Hace unos días una compañera feminista me hizo ver con claridad uno de esos privilegios que a los hombres nos cuesta tanto ver y aceptar. Esta amiga criticaba las menores posibilidades que tenían las mujeres  de participar activamente en comparación con sus compañeros.

Afirmaba que ellas no tenían tiempo libre para asistir a las asambleas, juntas, círculos, reuniones, y actos públicos, y que sin embargo sus compañeros no tenían esos problemas porque disponían de tiempo libre, y que la principal razón radicaba en el hecho de que eran sus parejas, mujeres, las que se ocupaban de las tareas del hogar y de los cuidados. Paradójicamente esto sucede en organizaciones progresistas, y en hombres que luchan por la igualdad y la justicia, pero que no son capaces de ver las injusticias que suceden en su entorno más cercano y personal. 

Pero parece que esto no va con nosotros, porque seguimos sin aceptar la existencia de nuestros privilegios, olvidamos que la justicia, y la igualdad también comienzan entre las sábanas y las tazas del desayuno, y sin pudor ni rubor elaboramos bonitos discursos de corresponsabilidad e igualdad.

Los hombres de izquierda sabemos porque tenemos conciencia social, y lo vemos y vivimos en nuestras casas y en las de nuestros familiares, amigos y compañeros, que son nuestras parejas mujeres las que se ocupan  de las tareas del hogar y de los cuidados. Las que trabajan fuera y en casa, las que controlan las vacunas, las medicinas y las citas y visitas al centro de salud. Las  que se acogen a todas las medidas de conciliación familiar y laboral, e incluso las que tienen que reducir su jornada laboral y su salario o renunciar a sus empleos para atendernos. Pero no nos movemos de nuestras posiciones, escaqueándonos de casi todo lo que se refiera a las tareas de hogar, como si estas no nos correspondiesen, y que solo hacemos por nuestra buena voluntad, y esa obligación de “colaborar” que tranquiliza nuestras conciencias. 

Que las mujeres españolas tengan 11 millones de horas menos al día de tiempo libre en comparación con los hombres a causa de la brecha de género, siendo la principal causa la falta de conciliación en el hogar, no nos inquieta ni preocupa en exceso a los hombres, tampoco a los que militamos en organizaciones de izquierda. Pero poco pueden hacer las medidas que en favor de la conciliación incluyen las leyes y los convenios colectivos, si siguen siendo las mujeres las que abrumadoramente se acogen a aquellas, ante nuestra pasividad e indiferencia.

Nuestro proceso de cambio debe comenzar por la renuncia a nuestros privilegios masculinos, y ello supone ceder los espacios públicos, la voz, y el protagonismo, para que sean las mujeres las que ocupen las posiciones públicas que históricamente les hemos arrebatado. Ello conlleva que nos responsabilicemos de las tareas del hogar y los cuidados, para liberar ese tiempo del que ellas no disponen, que las frena, e impide que vivamos en un mundo mejor. Como dice un buen amigo en la implicación en las tareas de la casa está nuestra verdadera “prueba del algodón” como hombres igualitarios

Cojamos el delantal, la escobilla, el carro de la compra, la cesta de los alfileres, y la empatía, y subamos a la azotea, planchemos, limpiemos el inodoro, tendamos las bragas, cuidemos del abuelo y de la abuela, pongamos la olla exprés, cortemos las verduras, sepamos cuánto vale medio kilo de filetes de pollo, hagamos las camas, ordenemos la casa, trabajemos fuera o teletrabajemos, acojámonos a los permisos y medidas que favorecen la conciliación familiar y laboral, ejerzamos una paternidad presente, recojamos a las hijas del colegio y el instituto, cuidemos y cuidémonos, pertenezcamos a las AMPAS y a los Consejos Escolares, y por la noche antes de acostarnos no olvidemos dejar garbanzos en remojo para el puchero del día siguiente, estemos contentos de ello, porque es la mejor forma que los hombres tenemos de hacer política de izquierda, ser coherentes, y trabajar por la igualdad. La real, no la de los discursos, los desayunos de trabajo, y las asambleas

Juan Miguel Garrido, Socio de AHIGE

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